domingo, 24 de agosto de 2014

Stalkers, take your turn

Yo se que tengo una extraña facilidad para relacionarme con gente loca. En todos sus diferentes grados.

Conozco gente loca "normal", esa que tiene sus pequeñas peculiaridades, como vestirse raro o  tienen un par de calcetines para cada día de la semana.

Está también la gente loca "supera las espectativas" como esas que guardan  20 gusanos de Borneo como mascotas o están obsesionadas con algún programa de TV y lo ven religiosamente determinado día de la semana y si osas interponerte con ellos puedes terminar muy mal.

Conozco un par que si están de remate, que guardan pelo o colillas de cigarros u objetos de esa persona especial que aman con locura.  No llegan al nivel de Cathy Bates en "Misery", pero personalmente creo que es que no han tenido oportunidad.  Eso sí, le dejan saber a todo el mundo, incluido el objeto de su obsesión, que lo saben todos de ellos y que su amor es más inmortal que Drácula porque nada puede acabar con él (algo así como una infección resistente de hongos en los pies)

Pienso yo, sin embargo, que los más peligrosos son los que te acosan silencio.  Desafortunadamente he tenido la desgracia de toparme recientemente con uno.

No mentiré, ya lo había visto antes, es solo que no le puse atención.  No, no por mala persona, sino porque en general cuando salgo a la calle no le pongo atención a nadie, ya sea conocidos o desconocidos.  Total que, a este chico ya lo había visto antes.  Han visto la película "La mujer de Benjamím".  Pues hagan de cuenta a ese tipo pero en versión adolescente.  El mismo tipo de cara, grueso, con cara de menso peligroso.

Lo noté en mis salidas a correr (nada profesional, trotes recreativos nada más), se sentaba por ahí a verme caminar cuando iba a la cancha.  Tiempo después lo vi en las inmediaciones de la cancha, al parecer recogiendo algo del suelo.  Pensé yo, verdad, quizás algunos objetos para un proyecto de ciencias o algo así (está en edad escolar).  Realmente no le di importancia.

Pero, si el gran pero llegó el día que se apersonó en la cancha.  Se sentó en el borde a verme correr y luego me siguió corriendo.  ¿Qué si tuve miedo?  Si la verdad.  Es que es como raro, pero siempre me mantuve a una distancia prudente y cuando vi que se fue no me preocupé más.  Terminé mi media hora y cuando iba para casa, de pronto salió de entre los árboles al borde del parque y me preguntó la hora.  Se la dí y me fui casi volando.  Eso si fue correr.

Mentir es una ciencia

             No sé si es una ciencia exacta, pero si extraordinariamente útil y eficiente.  Para ejercerla se necesita talento y maña, cosa que no todo mundo tiene pues no entiende las minúsculas sutilezas que esta ciencia en particular implica.

                Sí, al salir procuró apagar las luces y dar apariencias de que no dejaba nada en el interior.  Ni la verdad, ni la persona, ni el alma sujeta en alfileres invisibles; ella no dejaba nada, más que sus mentiras mal construidas que sus ojos no respaldaban.  Ojos con miedo a ser descubiertos y que descubrían más que cualquier otra cosa.

                Nosotros, contemplando la lluvia en silencio.  La mentira nos negó la entrada pero nos hizo reír con su torpeza.  Las gárgolas furiosas escupían agua y mojaban nuestros píes mientras pensaba en mis botas guardadas dentro del closet, languideciendo de aburrimiento.

                El niño corriendo con su paraguas multicolor, desafiando la furia de las gárgolas con su paraguas multicolor y salpicando agua sin pensar en nada más.  Sin malicia no profundiza en la estúpida mentira que nos dejó en medio de la lluvia.

                Se abre la puerta de la casa antes vacía.  El telón se levanta irreverentemente dejándonos ver la inmensidad del autoengaño (nunca fue real para mis ojos).


                Él estaba dentro, terminando de desenganchar un alma que se quedó dentro hace ya muchos minutos.