jueves, 14 de mayo de 2009

Las cigarras

Su madrina decía que las cigarras cantaban pidiéndole lluvia al cielo. Mariana lo recuerda mirando por las ventanas el seco terreno del jardín y escuchando a las cigarras suplicantes. Se siente un poco como las cigarras, solo que ella en silencio; pide al cielo, pide al destino, pide al que quiera escuchar sus súplicas silenciosas.

Nunca fue buena para pedir nada, siempre se conformó con lo que le quisieran dar. En parte su padre siempre la despreció por eso, aunque él había fomentado siempre esta costumbre en ella para tenerla controlada. Obviamente ella nunca lo notó hasta que fue demasiado tarde y se sentía incapaz de revertirlo precisamente por la idea tan arraigada que tenía de su propia inutilidad. Mariana era profundamente cobarde y como todos los miedos, se le notaba hasta en la forma de hablar.

Mariana perdió el amor por esa cobardía. Incluso con su incapacidad de demostrar querer a nadie fuera de su círculo familiar (cosa que a veces también dudaba), sabía que Samuel no soportaría por más tiempo su bien ensayada indiferencia. El no sabía de los miedos fundados en la costumbre, el solo sabía de realidades y verdades palpables entre las cuales había crecido y se había hecho hombre.
Al final Mariana fue incapaz de encontrar palabras para que se quedara. Todas se le quedaron dentro y la ahogaron durante meses que pasaron sin dejar huella en su memoria mientras se perdía en deliríos de locura e infelicidad. Samuel solo esperaba la palabra Quédate, para perderse en sus brazos para siempre, esperó en vano y se marchó maldiciendo la feliz hora en que conoció a Mariana.



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