Indra nació hace unos años en algun lugar de la India. Me imagino que lo primero que vieron sus ojos fue a su madre, grande y gris, y luego vio el sol y el cielo como en los cuentos.
Ignoro cuato tiempo vivió ahí, solo se que un día la trajeron a una tierra muy lejana, con un sol y un cielo diferentes a los de su India natal. Indra vino a México y se convirtió en un elefante circense.
Le llevo un tiempo de cruel y paciente entrenamiento aprender las rutinas del circo. Subir escaleras, dar vueltas, caminar en línea con otros elefantes. Al final y haciendo gala de la proverbial memoria de su especie, Indra se convirtió en estrella.
Viajó por muchos lugares y divirtió a mucha gente. La querían los niños y los adultos, la querían sus compañero elefantes y sus compañeros tigres. La querían porque no había manera de no querer a ese ser que vino de tan lejos para ser estrella.
Un día Indra no viajó. Su calidad de veterana le ganó el derecho a descansar sus ya viejos huesos para que otros lucieran sus recién adquiridas habilidades. En el día paseaba lentamente por el campo y en las noches, mientras comía, miraba distridamente el cielo y pensaba en la lejana India, en su sol, en su cielo, en su familia original.
Dicen que cuando uno es viejo empieza a pensar con añoranza en la madre patria y quiere volver. Indra quería volver, porque era vieja y sentía nostalgia.
Una noche de finales de septiembre las superticiones se hicieron realidad. Un gato negro se cruzó en el camino de Indra y la condujo a los lejanos caminos del recuerdo. La hizo correr y correr por muchos kilómetros, atravezando pueblos y avenidas y por último sorteando los autos de la autopista que invadió.
Indra pensaba que debía apresurarse si quería llegar a tiempo para ver salir el sol de su patria. A lo lejos vio dos luces acercándose y no pudo o no supo quitarse a tiempo. Un autobus le dio de lleno.
Ahora no solo pensaba, veía la India de su olvidada infancia, veía a su madre, a su padre, a sus hermanos mientras agonizaba a un costado de la carretera.
Finalmente el corazón de Indra dejó de latir. Por fin Indra corría libre por su amada tierra.
Ignoro cuato tiempo vivió ahí, solo se que un día la trajeron a una tierra muy lejana, con un sol y un cielo diferentes a los de su India natal. Indra vino a México y se convirtió en un elefante circense.
Le llevo un tiempo de cruel y paciente entrenamiento aprender las rutinas del circo. Subir escaleras, dar vueltas, caminar en línea con otros elefantes. Al final y haciendo gala de la proverbial memoria de su especie, Indra se convirtió en estrella.
Viajó por muchos lugares y divirtió a mucha gente. La querían los niños y los adultos, la querían sus compañero elefantes y sus compañeros tigres. La querían porque no había manera de no querer a ese ser que vino de tan lejos para ser estrella.
Un día Indra no viajó. Su calidad de veterana le ganó el derecho a descansar sus ya viejos huesos para que otros lucieran sus recién adquiridas habilidades. En el día paseaba lentamente por el campo y en las noches, mientras comía, miraba distridamente el cielo y pensaba en la lejana India, en su sol, en su cielo, en su familia original.
Dicen que cuando uno es viejo empieza a pensar con añoranza en la madre patria y quiere volver. Indra quería volver, porque era vieja y sentía nostalgia.
Una noche de finales de septiembre las superticiones se hicieron realidad. Un gato negro se cruzó en el camino de Indra y la condujo a los lejanos caminos del recuerdo. La hizo correr y correr por muchos kilómetros, atravezando pueblos y avenidas y por último sorteando los autos de la autopista que invadió.
Indra pensaba que debía apresurarse si quería llegar a tiempo para ver salir el sol de su patria. A lo lejos vio dos luces acercándose y no pudo o no supo quitarse a tiempo. Un autobus le dio de lleno.
Ahora no solo pensaba, veía la India de su olvidada infancia, veía a su madre, a su padre, a sus hermanos mientras agonizaba a un costado de la carretera.
Finalmente el corazón de Indra dejó de latir. Por fin Indra corría libre por su amada tierra.